lunes, 14 de diciembre de 2009

Cruzadas


¿Qué eran las cruzadas?
-Las cruzadas fueron una serie de campañas militares comúnmente hechas a petición del Papado, y que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII, contra los turcos selyúcidas y sarracenos (llamados así los musulmanes) para la reconquista de Tierra Santa.

Básicamente, parece que fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de recuperar Tierra Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos selyúcidas, una vez conquistada Jerusalén, abusaban sin piedad.

Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer también un verdadero fervor religioso.

Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana. El origen de la palabra se remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.

1ª Cruzada:
Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
El Papa Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en práctica. En 1095, la invitación a la lucha contra los turcos arribaría en embajadas francesas e inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría (Hungría no se unirá a las primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde, dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos caballeros franceses. Este grupo formó la llamada Cruzada popular, de los pobres o Cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría) repelirían a los caballeros franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacásen a los soldados escoltas y matásen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán fijarían una posición hostil contra los cruzados que atravesaban el reino vía Bizancio.

A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y Gottschalk, a quienes eventualmente también tuvo que enfrentar y derrotar cerca de Nitra y Zimony, luego de que igual que los otros grupos causasen incalculables estragos y asesinatos. Luego de ésto, los húngaros dentendrían las fuerzas del Conde Emiko cerca de la ciudad de Mosony, y al poco tiempo, el rey húngaro forzaría a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado en la Abadía de Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar por el territorio húngaro con un buen comportamiento. Tras ésto, las fuerzas continuarían fuera de territorios húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y continuarían hacia Constantinopla. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron aniquilados fácilmente.

2ª cruzada:
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y sobrevivir. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces que extendieron el reino a toda la tierra entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente se integraron en el cambiante sistema de alianzas locales y así pudieron verse enfrentamientos entre la alianza de un Estado cristiano con uno musulmán contra la alianza de otro Estado cristiano con otro Estado musulmán.

Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida orientalizante, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de jihad o Guerra Santa, principalmente entre la población, movilizada por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos Estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.

El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor asimismo de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.

A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén. La expedición fue un fracaso, ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus patrias. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque por parte de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera Cruzada.

3ª cruzada:
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de sólo 12 años y quien a la postre resultó envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre sabio y logró la absoluta unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto hasta Siria.

Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de Jerusalén, regido por el Rey Leproso, Balduino IV de Jerusalén, y rodeado ya por un sólo Estado, se vio obligado a firmar frágiles treguas seguidas por escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final.

Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén: Guy de Lusignan. El mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la protección de la ciudad y de sus habitantes.


Krak de los Caballeros. Esta fortaleza, considerada inexpugnable, controlaba el paso del interior de Siria a la costa y estuvo bajo el mando de los Caballeros Hospitalarios hasta 1271, cuando perdidos los territorios cristianos, se les permitió la salida de sus caballeros a Chipre.Reinaldo de Châtillon era un bandido con título de caballero que no se consideraba atado por las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias manos.

Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado, junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados, dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados. Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron esclavizados. El reino de Jerusalén había desaparecido.

La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En esta participaron reyes de los más importantes de la cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado III). Éste último, al mando del grupo más poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el emperador murió ahogado mientras se bañaba en el rio Salef (en la actual Turquía) y su ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbaroja durante su estadía en el Reino de Hungría le había pedido al príncipe Géza, hermano del rey Béla III de Hungría que se uniése a las fuerzas cruzadas, así, un ejército de 2.000 soldados húngaros partió al lado de los germánicos. Si bien luego de los conflictos bélicos el rey húngaro habría llamado de regreso a sus fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que no tenía buenas relaciones con Béla III.

Los ejércitos inglés y francés llegaron por la ruta marítima. Su primer (y único) éxito fue la toma de Acre el 13 de julio de 1191, tras la cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y además le valió el nombre por el que sería reconocido en la historia, Corazón de León.

Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en su país y molesto por las rivalidades con Ricardo, por lo que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la cruzada. Este llegó hasta las proximidades de Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no arriesgar militarmente una derrota que no le daría a los cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.

Saladino falleció seis meses después. Ricardo murió en 1199 por una flecha a su regreso a Europa. De esta forma, se cerraba la Tercera Cruzada con un nuevo fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron aún un siglo más.

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